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(Foto: USI)

El mito de Alan García

¿No estaba muerto, andaba de parranda?

La plata llega sola

Alan García

Publicado: 2019-04-24


Hace una semana sonó el disparo que inició una carrera de “teorías” de conspiración, a cada cual más descabellada, sobre la muerte de Alan García.

No me interesa discurrir sobre los motivos ni los réditos que se han obtenido con este suicidio, lo que me interesa es analizar el fenómeno que ha desatado.

Hace años, y justamente durante el primer gobierno del suicidado, se desató una ola de pánico porque la gente de los barrios marginales juraba y rejuraba que unos médicos sacaban los ojos a los niños. Una tragedia: muchos médicos fueron agredidos cuando realizaban campañas de vacunación en los asentamientos humanos. Durante mis años universitarios, me interesó mucho esto, y me informé al respecto. Resultaba que estos sacaojos tenían un antecedente que se originó en la sierra durante la colonia: el pishtaco. Era un ser, digamos, diabólico que tenía apariencia de un hombre blanco humano, pero que durante ciertas horas y en ciertos lugares alejados atrapaba a solitarios desafortunados y les extraía la grasa con macabros métodos. El fenómeno del sacaojos y el del pishtaco se consideraban mitos en la academia, y su explicación es relativamente sencilla: son interpretaciones simbólicas del pueblo sobre su situación en un contexto de crisis. 

El pishtaco era un hombre blanco, los sacaojos eran blancos y negros; los pishtacos extraían grasa, los sacaojos principalmente ojos. ¿Por qué? En la colonia, la grasa simbolizaba el trabajo, de manera que los pishtacos simbolizaban al hombre blanco que usufructuaba el producto del trabajo casi esclavizado del mundo andino. En el primer gobierno del suicidado, los ojos eran símbolo de la lectura, de la educación, en resumidas cuentas, de un futuro mejor; por tanto, los sacaojos eran profesionales que impedían a los pobres ser profesionales. Recordemos que los pobladores de esos asentamientos eran migrantes cuyo objetivo era obtener un mejor futuro en la capital, esperanza que se tornó inviable gracias a los arranques del suicidado.

El naciente mito sobre el suicidado es también producto de una crisis. Desde los vladivideos, el Perú ha contemplado un infinito desfile de “destapes” de corrupción que han terminado por ser parte de lo que se espera, no de lo que asombra. Pero, por más que sea algo cotidiano, el ciudadano común siente que no es correcto, siente que le están robando, siente que está harto y no puede hacer nada (o eso cree). La corrupción se ha convertido en una enfermedad crónica grave que nos convierte a todos en cuerpos agónicos y sangrantes. Vivimos cada día mirando y lamiendo nuestra herida abierta, inundándonos de excremento, dando saltos mortales con los baches de las pistas, pagando peajes absurdos, etc.

Aunque todos los políticos tienen su cuota de responsabilidad, la gente intuye en dónde la serpiente incuba con éxito sus huevos ponzoñosos. La percepción general es que se trata de una mafia poderosa, capaz de todo por poca cosa. La gente se siente pequeña frente al poder que atribuyen a estos personajes: son los actuales pishtacos. Y por eso es que, necesitada de un superhéroe, ha encontrado a un fiscal a quien ponerle capa.

El suicidado ha generado su propio mito gracias a la corrupción que se le atribuye, al poder que supone tanta corrupción… pero también gracias a la impotencia y frustración por no verlo en la cárcel: el Perú se quedó sin el final feliz que esperaba. La única salida que queda es el mito.

El mito de Inkarry cuenta que Inkarry fue desmembrado y que sus partes fueron escondidas en diferentes lugares del Perú, pero que un día se reunirán, él nos gobernará y el Perú será un lugar paradisiaco. En contrapartida, el mito del suicidado es una especie de Antinkarry: AG no está muerto, anda de parranda… y cuando se descubra dónde está, será castigado y el Perú será un lugar paradisiaco.

Necesitamos prestar mucha atención a los mitos que surgen en nuestras sociedades porque son lecturas simbólicas con los que la masa expresa sus más profundas emociones y sus lecturas de la realidad. Antinkarry nace porque nuestra sociedad está en crisis, porque se asume que hay un poder omnímodo que se enseñorea con impunidad. Es realmente trágico que se sienta tan poderosa a la corrupción que puede manejar a la perfección un montaje. Pero este mito también involucra una esperanza: la justicia.

Ya no importa que el suicidado quede sin juicio, lo que importa es saciar el hambre de justicia.


Escrito por

Doriss Vera

Literata y educadora


Publicado en