Trump y posmodernismo
"La nada nadea, el hombre ha muerto, todo vale, E=MC2 es machista, adiós a la verdad"
El péndulo histórico no deja de moverse. Entre el Brexit y la elección de Trump hay un vínculo muy obvio que ya ha sido tratado hasta el hartazgo… pero desde la política. Se ha intentado explicar de diversas maneras y se ha dejado de lado una arista importante que, quizá, es la que envuelve todo este fenómeno: el posmodernismo.
Mi hipótesis es que estamos frente a inicio del fin de la era posmoderna. Recordemos un poco:
Después de la Segunda Guerra Mundial, decayó ostensiblemente la confianza hacia la ciencia como posible mecanismo para salir de la barbarie. La bomba atómica planteó la posibilidad de la autodestrucción. A esto se añadió el horror de la política nazi de exterminio y terminó de cuajar después de la Guerra Fría. Resultado: los movimientos ecológicos-pacifistas, el new age-pseudocientificista y el fomento de la tolerancia. La ciencia y la razón fueron cuestionadas (es decir, la posibilidad de que sea válido acceder al conocimiento) y se reemplazaron por la irracionalidad (es decir, la negación del conocimiento, la disolución de la autoridad —científica, política, etc.— y la validación de cualquier interpretación). Todo esto se evidencia fácilmente en el arte: cualquier pintura es considerada arte, y mientras menos clara y más interpretaciones suscite, mejor, es más digna de ser catalogada como arte.
Es inaudita la convivencia de la tecnología y la ciencia como productos con la pseudociencia como discurso y la ignorancia supina como praxis… Pero eso es justamente el posmodernismo.
Vayamos un poco más allá, al meollo de este asunto. Conocer la realidad brutal que ocultaron los nazis en sus campos de concentración desató la nausea sartreana hacia cualquier discurso que exaltara algo propio. Se fomentó la tolerancia. Se tornó políticamente incorrecto hablar de cualquier tipo de superioridad. Los movimientos de minorías ganaron terreno y poder.
Estrellita en la frente para la humanidad: Occidente evolucionó. Sí, Occidente.
Mientras tanto, el mundo musulmán percibió este avance como una amenaza a su cultura. Occidente estaba cambiando vertiginosamente las sociedades musulmanas (comparemos las fotos de la sociedad iraní de los 70 con fotos de ahora). Recordemos que la médula del islam es el estatismo: el Corán no debe interpretarse, no debe cuestionarse, no debe cambiarse (ni siquiera debe traducirse). Nace el grupo Los hermanos musulmanes. La política de Occidente en Medio Oriente fue catastrófica (no puede negarse ni es mi intención hacerlo) y la náusea occidental no llegó más allá de sus fronteras.
El atentado del 11S fue un impacto para Occidente; sin embargo, en realidad era algo completamente previsible y lógico desde la perspectiva musulmana.
El golpe debilitó la náusea porque engendró el miedo. De un momento a otro, la disolución absoluta y crónica del posmodernismo se convirtió en vacío existencial, en desesperación, en terror. El terrorismo cumplió su objetivo, no obstante desató un nuevo proceso que ha ido profundizándose con cada atentado en España y en Francia, con el copamiento de escuelas e incluso ciudades europeas por los musulmanes, con la baja tasa de natalidad europea y la explosión leporina de nacimientos de migrantes, con la crisis económica mundial mientras se subvencionaba a los migrantes.
La foto del niño sirio muerto en la playa también fue un hito.
Quizá el último estertor de la náusea frente a la intolerancia. El mundo se dividió entre el discurso políticamente correcto gritado en las redes, en los periódicos y en la televisión (“pobre niño”, “todos tienen derecho a migrar”, “se debe ayudar a los migrantes”) y el discurso soterrado, cabizbajo y temeroso que solo cobraba vida en círculos cerrados, entre amigos (“¿y nosotros qué?”, “si no les gusta lo que pasa en su país, que defiendan sus derechos allá”, “por qué no se van a otros países musulmanes”, “por qué tenemos que mantener sus niños a costa de los nuestros?”). Este discurso apocado se replicó en América: en cualquier país americano que se reciba refugiados se plantearía la misma dicotomía entre la población.
El terror siempre gana.
Ganó cuando se apostó por la tolerancia, porque se temía volver a dar poder a otro Hitler. Gana ahora cuando se apuesta por el nacionalismo (Gran Bretaña y EEUU, por ejemplo). El de hoy no es un triunfo rotundo, recién está cuajando. Tal vez debería decir que es un olor del triunfo futuro pero irremisible.
Y ese terror que parió el posmodernismo lo está socavando. Las masas buscan seguridad y desatan discursos intolerantes.
Este fenómeno es todavía amorfo, visceral y brumoso, pero es el inicio del cuestionamiento (desde la academia y la praxis artística) al posmodernismo.
El producto formal —más mesurado— impactará en la masa, esta se transformará y, así, el péndulo se ubicará en el otro extremo. ¿Cómo será la sociedad en ese momento? Es difícil saberlo, pero sí podría especular que el tránsito implicará una confrontación cultural interna (centrada en añeja dualidad yo-otro como yo) y una confrontación cultural externa (yo-otro musulmán).
He cuestionado tanto al posmodernismo que me parece increíble sentir una nostalgia anticipada de él.